Jazmín Beirak, la diputada de Podemos que adora a Hannah Höch

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Jazmín Beirak. Foto: Alberto Gayo.

En las paredes de la casa de Jazmín Beirak Ulanosky apenas hay cuadros. Destaca una pintura y una escultura de su madre, Bibiana Ulanosky, y dos reproducciones de montajes de Hannah Höch, quizá la mujer que más activamente participó en el movimiento Dadá. Hace un siglo, aquella artista alemana peleó con sus fotomontajes y collage contra el machismo de la convulsa Europa, también contra el poder masculino en el antiarte. En mayo se cumplirán 40 años de su muerte en Berlín.

La portavoz de cultura de Podemos en la Asamblea de Madrid adora la fuerza de Höch y desde su escaño trabaja para que el arte y la cultura se generen desde los municipios madrileños, los pequeños, los medianos y los grandes, para salvar las escuelas de música y danza, y «para que la cultura sea algo más que una foto a la entrada de un evento».

Jazmín nació en Madrid hace 39 años. En sus genes hay huida y exilio. Su abuelo paterno viajó desde Lituania a Argentina a principios del siglo XX. Varios de los hermanos de su abuelo que se quedaron en el país europeo fueron asesinados por los nazis durante el Holocausto vivido allí antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial. Por parte de madre, su abuela emigró desde Ucrania al país sudamericano para olvidar la pobreza. Décadas después, los padres de la diputada tuvieron que dejar Argentina cuando los militares golpistas se hicieron con el poder. Llegaron a Madrid en 1976 para quedarse.

Hoy, la parlamentaria aprovecha los ratos libres para entender el mundo de los hijos únicos. Ella lo es. Junto a una amiga, entrevista a hombres y mujeres que se sintieron la presión de cierta soledad por no tener hermanos.

Esta es la primera de unas cuantas entrevistas que haré a mujeres que me gustan por mil (mis) razones. Antes de empezar la charla, Jazmín me ha contado que pasó su infancia y juventud en una casa frente al parque del Retiro, que fue al colegio Estilo y luego al instituto público Isabel la Católica. Y que nunca se olvidará de la tienda de patatas fritas El Castillo de la calle Lope de Rueda. Y claro, hablaremos de Cristina Cifuentes.

¿Cómo es vivir con un padre arquitecto y una madre arquitecta, pintora y escultora? Tiene que marcar casi más que ser hija única.

Vivíamos en una casa grande de esas de renta antigua. Recuerdo cierta soledad. Tenía buena comunicación con mis padres y el mundo artístico formaba parte de mi hábitat, les veía hacer proyectos, ayudaba a poner la imprimación en los lienzos. Más que su profesión, lo que me marcó fue ser hija única de una pareja de exiliados.

¿Fue buena estudiante?

Soy una persona que siempre he ido mejorando, empiezo mal y suelo acabar bien, soy internamente progresista (risas). En el instituto pasé a formar parte de la asociación de alumnos, y lo curioso es que era la vocal de cultura, me encargaba de organizar ciclos, debates… Me sentía cómoda y me interesaba. También me atraía la lectura y la política.

Entonces se puede decir que era una ‘cultureta’.

Nunca me he sentido especialmente cultureta o como lo llamen ahora. Eso sí, siempre me ha gustado que me cuenten historias. Con mi padre recuerdo que cada cierto tiempo el plan era ir a la librería Crisol para elegir 6 o 7 libros. La lectura siempre ha sido importante. Me primer libro de adulto, o que yo creía que era de adulto, fue ‘Mi planta de naranja lima’, de José Mauro de Vasconcelos. Lo cogí porque en la portada vi unos niños y luego me di cuenta de que es un libro duro que cuenta la historia de unos chavales en la favela.

Pero saldría también por ahí como cualquier chica de los 90.

Claro, íbamos a conciertos de La Polla Records, Extremoduro… , estaba un poco cohibida, a las discotecas se iba sobre todo a ligar y yo era muy tímida. No disfrutaba mucho. Y más adelante salí por Malasaña y de acampada hasta que empecé a vincularme con el mundo de los centros sociales autogestionados.

Hablamos de edificios okupados.

Sí, estuve cuatro o cinco años muy metida y fue algo muy bonito. Editaba también el fanzine Delirio. Mi vida ha dado muchas vueltas, de los 13 a los 18 estudié teatro en la escuela de Cristina Rota, luego hice un grado superior de audiovisuales en FP, un año de Periodismo y como sentí que me faltaba teoría, me matriculé con 23 años en Historia del Arte, en la Universidad Autónoma. Acabé de Erasmus en Francia y allí descubrí la política cultural, aluciné con que existiese una política cultural. Y cuando volví, me especialicé en gestión cultural. Mi tesina iba sobre la política cultural en el arte contemporáneo de los años 80, cuando ganó el PSOE. Quería analizar cómo en un contexto de democracia incipiente el arte servía para generar consenso y cohesión social, y como el arte moderno sirvió para apuntalar los valores de la Transición.

Y acabó con una beca en la Biblioteca Nacional, donde estuvo trabajando siete años.

Sí, estuve contratada externa y fue muy interesante. Estuve comisariando exposiciones, coordinando talleres, visitas…

Entonces llegó el 15M y todo cambió.

En mi etapa en la Biblioteca Nacional me fui apartando de la política y cuando se produjo el 15M fue como recuperar algo que echaba de menos. Necesitaba algo más, había un problema con la vivienda para los jóvenes, los alquileres eran muy caros, sentíamos un déficit democrático… Cuando regresé a casa y vi que la gente acampaba,  volví a la Puerta del Sol, me reencontré con mucha gente, con un espíritu colectivo que había dejado de lado por agotamiento.

Desde que entró en el Círculo de Cultura del 15M hasta hoy han pasado siete años ¿qué le ha decepcionado?

A mí no me ha decepcionado el 15M, que fue germen de muchas cosas. De allí salieron muchas cosas, una de ellas es Podemos. Si me pregunta por Podemos, es muy difícil ser un partido no habiendo querido ser un partido. La política es complicada, no todo depende de lo que uno quiere. Podemos, Ahora Madrid, las candidaturas municipales, cualquiera de las manifestaciones que hubo en la calle, tienen que hacer política en las instituciones, es necesario. A pesar de los sinsabores, estoy contenta con el trabajo que estamos haciendo en Cultura en la Asamblea de Madrid. Se me agotó la experiencia de la okupación porque no llegaba a más gente que a los propios que la vivíamos. Si me interesó Podemos es porque era capaz de hacer una propuesta para un espectro social muy amplio.

Se la enmarca dentro del ‘errejonismo’ ¿Le ve presidente de la Comunidad de Madrid tras las elecciones de 2019?

Hombre claro. Me encantaría y hay confianza. Todavía no es oficial pero sería muy ilusionante que Íñigo fuese candidato y pudiésemos tener un proyecto de gobierno. Errejón es muy consciente de la importancia de la cultura. La gente de la cultura somos muy pesados pero hay buena disposición por su parte. Con la cultura se generan imaginarios, se construye lo que somos y puede ser catalizador de un cambio político.

¿Recuerda el primer día que entró a la sede del Parlamento madrileño como diputada?

Tardé mucho en darme cuenta de lo que significa ser diputada. Estábamos en el Círculo trabajando y no te imaginas que vas a acabar en la Asamblea. Nos costó saber dónde estábamos, lo que era la política institucional. El primer día estábamos todos muy excitados, se notaba que íbamos como un torbellino, había mucho ruido y alegría, éramos distintos a los que llevaban mucho tiempo allí. Ahora, más cansados por los años, hay una energía diferente.

Una sola pregunta sobre Cristina Cifuentes y su máster, lo prometo. ¿Y ahora qué? Expláyese.

Lo que está poniendo a la luz este caso es que esa Cifuentes moderna, intachable, progresista, que no tenía nada que ver con el viejo PP y que ella y su equipo se esmeraron en construir y para el que han usado mucho a la cultura, no es real. Cifuentes lleva más de treinta años en el PP y la gran mayoría de estos ocupando puestos de responsabilidad. Durante todos esos años ha estado cerca de todas las personas que han ido cayendo por corrupción, ella no es algo distinto que todo eso. Lo que está pasando con el máster, que para alguien puede parecer menor, revela también una manera de proceder en relación con lo público y de entender la honestidad. Me impresiona mucho cómo alguien puede tener la capacidad de, si se demuestra que miente, como parecería probable, hacerlo de manera tan abierta y sin pudor. Es grave que Cifuentes esté dispuesta a arrastrar a una institución pública para intentar salvarse a sí misma.

Pasemos página ¿Para qué sirve el arte?

No es necesario pensar para qué sirve el arte. Hay una analogía que me gusta mucho del escritor keniano Ngũgĩ wa Thiong’o. Dice que el arte es como las flores, no por lo bonitas que son, sino porque las flores tienen las semillas que acabarán generando plantas, sin cultura no hay muchas otras cosas, genera la sociedad, las relaciones, los imaginarios, ayuda a conocerte, a pensarte… la cultura es consustancial al ser humano, por eso me resulta difícil pensar para qué sirve.

Y nos hace mejores.

Tampoco sostengo esa tesis de que la cultura nos hace mejores personas. No lo creo, mira los nazis, había una parte que valoraba mucho el arte, un tipo de arte. Conocer historia de los demás te ayuda a empatizar, a ver otras realidades, también el arte genera conflictos, el arte tiene que ver con la construcción del sujeto.

¿Entonces por qué le hacemos tan poco caso?

Me mata esta pregunta. Estoy de acuerdo con que el arte no interesa y se me ocurren varias respuestas para explicarlo. Una es la propia historia de España, que ha denigrado y menospreciado el valor del arte y la cultura. Por otro lado, creo que con el arte, como pasa con la ecología, no vemos sus efectos sino a muy largo plazo. Para el político no tiene rentabilidad inmediata y el sujeto no se da cuenta de lo importante que es. Y la razón fundamental es que las políticas culturales nunca han puesto en el centro las conexiones entre la cultura y las personas, siempre se han centrado en resolver demandas sectoriales, que también hay que resolverlas. Mucha gente percibe que la cultura solo pertenece a la gente de la cultura, que no es algo propio, pero todo el mundo escucha música, ve series, lee libros, va al cine, baila, construye relatos… Tenemos un acomplejado rechazo a la cultura. Los políticos, en general, no ven reditos en la cultura salvo cuando sirve para dotarse de imagen de marca, que es lo que está haciendo ahora el PP.

¿Cómo se cambia esa tendencia?

España necesita mucha política cultural porque apenas la ha tenido, hablo de conseguir que la cultura forme parte de la vida de las personas. Hablo de que los equipamientos de proximidad estén más desarrollados, que los centros culturales sean verdaderos centros culturales, lo mismo tiene que pasar con las bibliotecas y centros cívicos… Estamos planteando otro tipo de descentralización cultural. Hasta ahora significa que tú llevas oferta a los municipios, lo que sería más interesante es que cada municipio cree una escena cultural, con compañías, salas, conciertos… así la gente empezará a darse cuenta de que la cultura tiene que ver con ellos, con su vida.

Si mañana fuese consejera de Cultura, ¿qué haría nada más llegar?

Falta una dirección general que coordine todo el territorio de la Comunidad. La red de teatros es de 1987 y solo sirve, básicamente, para que la Comunidad de Madrid (CM), dé dinero a los municipios. La CM debe conectar los municipios. En Francia se mancomunan recursos y estaría bien hacerlo aquí. El problema de los municipios pequeños no es solo que no les llegue programación, sino que no tienen técnicos de sonido, de iluminación, personal de taquilla… no hay presupuesto. Se podría experimentar con recursos mancomunados, fomentar la cooperación. Lo que le pasa al tejido cultural es que está constreñido a la ciudad de Madrid y debería poder extenderse, hay tanta oferta en la ciudad que es difícil absorberla. En la Comunidad hay muchos auditorios, teatros y centros culturales sin personal y sin presupuesto. También hay que hacer una nueva Ley de Espectáculos y Actividades Recreativas. La actual está caduca. El nuevo marco legal tiene que tener en cuenta a los menores, el medioambiente, los vecinos… Hay que hacer un pacto a 10 o 15 años que concilie la promoción de espacios culturales y garantice la convivencia con los vecinos, el medioambiente y las políticas urbanísticas. Hemos llegado a un punto de que la música se considera un problema de orden público y habría que buscar maneras de que hubiese música en directo en cualquier tipo de espacio con garantías de respeto para el vecino. Hay que incorporar la cultura a la vida cotidiana de las personas, que haya actividades en librerías, mercados o cualquier tipo de tienda.

Lleva toda la legislatura peleando por las escuelas municipales de música y danza ¿Cómo va la cosa?

Estas escuelas servían para que cualquier persona aprendiese a tocar un instrumento o bailar por placer, y eso generaba afición, creaba público, familiarizaba a la gente con la cultura. El problema es que en 2013, la CAM dejó de financiar las escuelas y los municipios no podían sostenerlas en soledad por lo que tuvieron que o subir las tasas y muchos alumnos tuvieron que dejarlo, o bajar la condiciones de los profesores, y algunas tuvieron que cerrar. Además, la Unión Europea recomienda que las escuelas de música y danza sean cofinanciadas por las comunidades autónomas, los municipios y las familias. En el País Vasco lo están haciendo así y en Valencia las cofinancian por ley. Pero aquí, el gobierno de Cifuentes piensa que no hace falta regularlas, con lo que se han creado grandes desigualdades: hay municipios que tiene profesores titulados y otros que solo pueden contratar monitores de tiempo libre, unos tienen buenas instalaciones y otros no. El PSOE está con nosotros y Ciudadanos apoyó la proposición no de Ley que presentamos pero en los presupuestos votó en contra de recuperar la cofinanciación.

¿Hay alguna iniciativa más que se pueda poner en marcha?

En todos los municipios habría que ceder espacios públicos y privados para actividades culturales. Me refiero a hacer un catálogo con espacios, librerías, charcuterías, mercerías, da igual… donde puedan desarrollarse actividades culturales, tanto para trabajo previo como para instalación, y que a cambio, los artistas tuvieran que realizar una devolución: te dejo este espacio y tú luego me haces un taller, una exposición… ir generando entramado de espacios para la cultura que tienen que ver con la vida diaria de los municipios. La descentralización tienen que ver con el mayor número posible de actividades culturales, sea para diez espectadores o para doscientos.

¿Cuál es la presencia de la mujer en el tejido cultural de Madrid?

Eso mismo le pregunté al consejero de Cultura. Le dije que no había datos sobre la presencia de la mujer en el tejido cultural, en el cine, las artes escénicas, visuales… Y es que no hay diagnóstico. Tendría que haber un observatorio de género en la cultura, sería una de las iniciativas a tener en cuenta. La cultura genera imaginarios y también puede ayudar a luchar contra la violencia. Tienen que haber libertad y fantasía en el arte, pero si la mujer se incorpora habría también nuevos imaginarios, otras miradas que enriquecen las relaciones.

¿Qué le pareció la retirada de la obra de Santiago Sierra en ARCO?

Un error garrafal de la Comuniad de Madrid, que votó en contra de rectificar esa decisión. La consejera de Economía dice que la obra de Sierra era perjudicial para la marca España pero es más perjudicial que se diga que en España se censura, es una grave vulneración de la libertad artística. Se dedican a ir a estrenos para hacerse fotos, no existe una política cultural seria.

Hay quien piensa que la libertad de expresión corre peligro de verdad.

No soy tan catastrofista con la libertad de expresión, creo que estamos en un momento de judicialización de la vida, y ese es el problema, hay muchas denuncias contra el honor, en el arte, en la vida… Pero la sociedad sigue respondiendo positivamente y me da la sensación de que el sentido común imperará. La gente valora la libertad de expresión como un derecho conseguido. No es un derecho baladí. Y a la vez creo que todas las denuncias están dando visibilidad a las obras denunciadas. Antes nadie conocía la Valtonyc, la obra de Sierra se vendió al momento… son las paradojas de esta situación.

No hace mucho cerró ‘El Palentino’, otro bar del barrio de Malasaña que ha adquirido la categoría de mítico ¿se podría considerar patrimonio cultural?

Está claro que es patrimonio cultural antropológico. No podemos pensar que cultura es todo pero hay que reconocer que los contextos sociales en los que las personas se relacionan son cultura. Y también está el Lozano, otro bar que ha desaparecido por el precio de los alquileres. Habría que intentar hacer políticas para que los vecinos tradicionales de los barrios no se fueran. El Palentino es una cuestión más personal pero el Lozano fue porque le subieron mucho el alquiler y lo mismo le pasaba al vecino del quinto o al del tercero. Tiene que ver con la gentrificación, los precios desorbitados… No he pensado realmente en ello, no sé cómo se podría salvar ese patrimonio inmaterial ligado a un espacio, y me parecería injusto solo cuidar un bar y no una mercería u otros comercios también arrasados.

hannahoch
Retrato de Hannah Höch y uno de sus fotomontajes.

Jazmín Beirak tiene querencia por el Café Moderno, el de la plaza de las Comendadoras; por el canalla José Alfredo de la calle Silva o el Casa Antonio de la calle Quiñones. Es de vino o vermut más que de cerveza y muere por la “comida con capas”. Vamos, por la musaka o el hachis parmentier.

Antes de despedirnos le preguntó por su estudio sobre los hijos únicos. Aquí va un adelanto:

“Estamos entrevistando a hombres y mujeres de entre 24 y 50 años, de distinta clase social e ideología. Para ver cómo nos ha marcado hay que ver el contexto social. Lo que sí es común a todos es que antes de los 21 están fuera de casa de los padres. Ante la proyección de los padres y el vínculo tan fuerte con ellos, necesitas irte pronto, y lejos. Al ser hija única concentras todas las expectativas, todas las angustias, no se pueden repartir, están todas en ti, eres el foco. Sobre que somos egoístas, estamos todos en contra. Es al revés porque como estás solo de pequeño, tienes un montón de ganas de jugar con los demás, de compartir. Los hijos únicos se suelen implicar más en procesos colectivos. Que somos mandones, pues también. Algunos tenemos la sensación de que en los conflictos las cosas son más frágiles de lo que son en realidad. Es decir, cuando tienes un hermano puedes pelearte, discutir, pero cuando estas solo vives la experiencia de otra forma”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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