
Debo tener un mal día –o es que solo he visto unas pocas– pero las esculturas velazqueñas creadas por el artista Antonio Azzato y tuneadas, según he podido leer, por artistas, diseñadores y actores como Alejandro Sanz, Carlos Baute, Lorenzo Caprile, Ágatha Ruiz de la Prada, Vicky Martín Berrocal, Jordi Mollá, Laura Ponte, Blanca Cuesta o por el torero Enrique Ponce, entre otros, no son muy sugerentes. Cierto es que las he contemplado encima de mi moto, a golpe de acelerador y con ruido de gran urbe como música de fondo. Así, de lejos, son un poco horteras. Me encantaría ver el making of de los famosos con el mono de trabajo y manchados con cola y pintura.

Hace una década tuvo algo de gracia la invasión de vacas de colores en las grandes avenidas del centro de Madrid. Esta vez no me ha llegado al corazón. Son 90 meninas, miden casi dos metros y están sujetas al suelo con anclajes de cemento de casi 200 kilos. Robarlas será difícil, retunearlas seguro que no. Lo bueno es que las piezas –iniciativa de la Asociación Empresarial del Comercio Textil y Complementos (Acotex)–, se subastarán y la pasta irá a entidades sin ánimo de lucro como la Fundación Aladina, Fundación Créate y Fundación Alenta.
En cuanto al proyecto desarrollado ayer domingo en el barrio de Malasaña, donde artistas urbanos han decorado decenas de cierres y escaparates de tiendas y bares, me ha pasado como cuando visitas ARCO: está bien darse una vueltita para salir de la rutina pero pocas obras asombran. La más interesante está firmada por YK.Suhc Juan y es un mural pintado en la calle Madera donde se puede ver a dos ancianas con bata y zapatillas de estar por casa apoyadas en el balcón de su corrala apuntalada con andamios. El corte realista del grafiti impacta, sobre todo en zonas de Madrid donde la gentrificación ha hecho estragos.

Hacía meses que no paseaba por Malasaña y lo que más me ha llamado la atención son sus portales, que bien podrían trasladarse a los laberínticos pasillos de la serie El Ministerio del Tiempo. Muchas puertas están pintarrajeadas con mil firmas o llenas de adhesivos de empresas de cerrajería 24 horas; otras combinan alguna pintada estilosa y pegatinas de activistas underground. Los hay que no han merecido la atención de los vándalos y que mantienen un aire señorial: madera labrada, pomos de hierro, plancha en la zona baja para empujar el portón con el pie y no dejar huella.

En algunos portales parece que vas a entrar y salir directamente al Madrid de 1808, el de los caballos atados, los soldados franceses y las facas preparadas. También puedes abrir y viajar a los 80, al desparrame de la Movida, a los yonquis o a las fiestas caseras. Con lo que me jodía que destrozasen el portal de mi finca de Lavapiés, ahora he visto estos portales de otra manera, como huella de lo que nunca ha dejado de ser este barrio, la universidad callejera –en el buen sentido– de muchas generaciones. Un máster de vida con TFM a rotulador.
