
Tras cometer el conocido como robo del siglo, los atracadores votaron qué frase dejarían escrita en el tablón de anuncios de la sucursal del banco Société Générale en Niza. Unos querían ‘Gracias, señor director’. Hubo quien sugirió poner ‘La alegría está en el trabajo’. Al final, la pintada que encontraron los responsables bancarios al llegar a la entidad el 20 de julio de 1976 fue esta: ‘Sin odio, sin violencia y sin armas’. Aquellos atracadores se llevaron 60 millones de francos sin pegar un solo tiro. Ellos, como los personajes de La casa de papel, también eran conocidos por otros nombres. En lugar de Berlín, Dénver, Tokio o Nairobi, algunos se hicieron llamar Juan, Pedro, Mateo, Pablo… como los apóstoles. Venían de todas las partes del mundo. Había franceses, norteafricanos, italianos, portugueses… una mezcla de ultraderechistas y delincuentes comunes. Si los protagonistas de la serie de Antena 3 celebran sus éxitos al son del Bella ciao, el hinmo de los partisanos italianos contra el fascismo, los de Niza iban de otro palo, eran mercenarios de extrema derecha.
Después de ver la primera temporada de la serie que emite ahora Netflix fui a buscar una entrevista publicada en interviú, en 1978, con el cerebro del atraco de Niza, el francés Albert Spaggiari, ex boina roja. Los creadores de La casa de papel han dicho que la serie no está basada en ningún atraco real pero al final todos los grandes golpes se parecen. Siempre hay paralelismos. La primera foto que encontré del supuesto cerebro de Niza me asustó, tenía barba y gafas, igual que El profesor que interpreta el actor Álvaro Morte en La casa de papel. Falsa alarma, Spaggiari se había camuflado con ese aspecto para la entrevista.
Durante cuatro semanas, interviú publicó la conversación que mantuvieron el delincuente y los reporteros franceses Hubert Lassier y Arnaud Hamelin, que se habían citado con el ladrón dos años después del atraco en un hotel de Madrid. Según él, la Catena –una suerte de diáspora negra del terrorismo neofascista– le protegía. El ex boina roja ya no vive. Murió en 1989.

Lo primero que contó este hombre nacido en 1932 es cómo se escapó tras ser detenido por el robo de Niza. El 10 de marzo de 1977 iba a hacer su última declaración judicial. “Había calculado bien mi golpe, había dibujado sobre tres hojas de papel un plan fantasioso que representaba mi recorrido por la vía de las cloacas hasta los sacrosantos cofres de la Société Générale de Niza. El juez Bouazis, que quería comprender cómo había podido montar un golpe semejante, me ponía mil cuestiones a las cuales yo me guardaba bien de responder, pues, para largarme, era necesario que me asegurara de la presencia de mi compañero motorista en la calle bajo la ventana del despacho del juez”.
Cuando estaba a punto de firmar su declaración escuchó la moto y vio por la ventana a su compinche. Sacó los papeles, se puso de pie, dio la vuelta a la mesa del magistrado para explicarle de cerca y con sus propias palabras el plan del atraco. Y en ese momento hizo un movimiento rápido, rompió la ventana del despacho con su propio cuerpo, le dijo ‘sayonara’ al juez y se lanzó a la calle desde una altura de siete metros. Se montó de paquete y adiós. Vale, estoy paranoico. En La casa de papel también hay una huida y una moto. No digo más.
Volvamos a la preparación del atraco francés. “En el golpe participamos dos equipos. Un clan de marselleses, truhanes reconocidos, a los que yo llamaba los ‘apóstoles’, ya que había un Pedro, un Pablo, un Juan, un Mateo… y otro grupo constituido por compañeros míos, antiguos camaradas de juerga y aventuras, venidos de las cuatro partes del mundo”. Spaggiari se refería la antigua OAS (Organisation de l’Armée Secrète), grupo terrorista nacido en los 60 que se oponía a la independencia de las antiguas colonias francesas, especialmente de Argelia. La OAS fue fundada en Madrid por paramilitares franceses. Se les atribuye el secuestro, tortura o asesinato de más de 2.000 argelinos de confesión musulmana. Sembró el caos, también en Francia, con atentados y el régimen de Franco le sirvió de refugio durante años.
Cuando le propuso el robo al clan marsellés, éstos no se lo podían creer. Tardaron quince días en decidirse. Hubo regateo sobre el reparto del botín. Al final sellaron su acuerdo con un fifty-fifty. Casi tres meses antes de la fecha fijada para el butrón más famoso del siglo XX, Albert y su compañero Claude entraron por primera vez en las cloacas de Niza. “Estaba todo lleno de mierda, la primera noche nos perdimos y casi nos ahogamos”. Se tiraron toda la noche en el subsuelo, salieron al amanecer y ateridos. “Algunas noches llegamos a andar sobre cuarenta centímetros de mierda líquida, las ratas nos veían pasar sorprendidas, no feroces. Fumábamos mucho para intentar combatir el hedor”. Eligieron como entrada al alcantarillado una boca en el muelle Saint-Jean, junto al café L’Aube de l’Islam.

Días más tarde, algunos marselleses acudieron al banco para asegurarse de que todo lo descrito por Spaggiari era verdad. Se hicieron pasar por representantes de una firma de joyas parisina que quería depositar y custodiar allí su mercancía.
Como hizo El profesor de La casa de papel con sus pupilos, el francés preparó a sus equipos en una villa. “Jean, un marsellés, recorrió todas las agencias de alquiler de la región. No había nada. Una tarde, Jean se ligó a una vieja. Es así, le gustan las señoras mayores. Fue ella la que le llevó a su casa. De golpe, la encontró mucho más apetitosa que todas las jóvenes explosivas, con su villa de cuatro habitaciones y sus garajes. La ciencia amorosa de Jean y su modesta compensación económica convencieron rápidamente a la señora para que este año hiciera las maletas antes”. Nada que ver con el pedazo de hacienda toledana que se pilló El profesor español de la serie.
Durante dos meses estuvieron bajando en equipos a las cloacas. Gatos, palas, picos. Había que excavar un túnel desde el alcantarillado a las cajas fuertes. “Recuerdo que encontramos un muro hecho a la antigua: un metro y ochenta centímetros de espesor y un hormigón que tendría cien años. Antes de la guerra de 1914, el edificio era un gran café de Niza. El muro nos costó dos crics –artilugio para levantar grandes pesos– de quince toneladas y un gato de treinta”. Todo retardaba la llegada a la caja fuerte. Había que tener en cuenta que los servicios de limpieza del banco no terminaban hasta las dos de la madrugada y que la policía antibandas de la ciudad francesa merodeaba por los alrededores en busca de una red de tráfico de coches robados. En la noche de San Juan de 1976 cedió la pared maestra. Solo quedaba medio metro para llegar a la sala acorazada. Como hacían mucho ruido tuvieron que tirar de taladro eléctrico y para eso desenrollar más de cuatrocientos metros de cable y hacer un empalme con una luz de un parking cercano. ¡Ay si hubieran tenido los medios de Moscú!

Entre las noches del 26 y 27 de junio de 1976 llevaron todo lo necesario para el golpe hasta el túnel. Para abrir tres mil cofres, con tres sopletes funcionando permanentemente durante cincuenta horas, era necesario que cada soplete abriera un cofre cada tres minutos. “Debería haber hecho fabricar minilanzas térmicas porque mis marselleses no tenían una troceadora de mecha de diamante ni la electricidad necesaria para su funcionamiento”, explicó Spaggiari. Los problemas crecían y tuvieron que retrasar la entrada en la cámara blindada unos días. Más aún cuando supieron que el presidente de la República, Valéry Giscard d’Estaing, tenía previsto la inauguración de una calle peatonal junto al banco y que los trabajadores de las Galerías Lafayette anunciaron una huelga para esos días. Vamos, que todo estaba lleno de policías.
Por fin llegó el viernes 16 de julio. Confiaban en que al entrar no saltaría ninguna alarma. Habían hecho las comprobaciones necesarias. Cuando accediesen tendrían tiempo hasta la cinco de la mañana del lunes para llevarse todo el parné. Cuando estaban desvalijando los cofres tuvieron que abandonar alguna tentación, colecciones fabulosas de jades, un rubí que estaba asegurado en una millonada, bonos el Tesoro… “Nos había costado una hora abrir el primer cofre y habíamos previsto tres minutos por caja. Solo teníamos un soplete y unas tenazas”, detalla el ladrón francés. El calor era insoportable en la sala acorazada y apenas tenían agua. Albert decidió salir al exterior para comprar comida y bebida. Y de paso fue a su almacén, habló con los tenderos de su barrio, con sus clientes… todo para tener una coartada en caso de que la cosa saliese mal. Al volver notó avances en la acción, las joyas se apilaban en una caja; el oro, en sacos. Le habían pillado el tranquillo. En veinte minutos abrían un cofre. Igual que los más jóvenes de La casa de papel, los ladrones de Niza localizaron cientos de fajos de billetes y se pusieron a rajarlos a lanzar billetes al aire. La cosa se relajó, estaban cada vez más cerca de triunfar. Se sorprendieron mucho de que en una de las cajas de caudales hubiese una colección de revistas de hombres desnudos.

Madrugada del lunes. Escriben ‘Sin odio, sin violencia y sin armas’ en el tablón de anuncios y se ponen a vaciar los extintores sobre las paredes y armarios para borrar cualquier huella. “Nadie orinó solo en la misma botella a fin de imposibilitar cualquier análisis”. Con el botín en sus manos iniciaron el camino de vuelta por el túnel. Como afuera llovía, el caudal del agua de las cloacas había subido y encima iban a contracorriente. Tardaron tres horas en recorrer el alcantarillado con las bolsas del tesoro sobre sus cabezas.
Albert Spaggiari se quedó en Niza tras el atraco. Un ratero le delató sin pruebas claras cuatro meses después. Fue encarcelado en la prisión de Niza. Antes de ser detenido viajó a Japón, a EEUU. “Durante mi viaje a los EEUU tuve contactos con la CIA. Hay dos tendencias en la CIA, una de extrema derecha y otra conforme sopla el viento. Mi contacto, por supuesto, era de extrema derecha pero no conseguí verle”. Después llegó la cárcel y las declaraciones ante el juez hasta que logró saltar por la ventana, subirse a una moto y salir del país. “He comprado en Argentina un pequeño valle de 150 hectáreas con un torrente y una cascada. El pueblo es una síntesis de todas las etnias europeas, el resultado de esta mezcla es la bondad, la fuerza y el coraje”.
“¿Qué se considera más, bandido de honor u hombre de acción de la extrema derecha”, le preguntaron los periodistas. “Digamos bandido de honor de extrema derecha”, respondió. Un documento desclasificado por la CIA en el año 2000 apuntaba a que Spaggiari pasó el resto de su vida entre Chile y Argentina, llegando a trabajar para el servicio secreto de Pinochet, la DINA. El 10 de junio de 1989 fallecía en extrañas circunstancias. Se habló de que cáncer de garganta se lo llevó por delante estando en la casa italiana de su madre. Luego se informó de que podría haber ocurrido días antes en compañía de Audi, su mujer.
Nunca se supo nada del dinero. El pasado mes de febrero, Jacques Cassandri, jefe del clan marsellés que participó en el robo y autor confeso, se sentó en el banquillo acusado del blanqueo del botín. En 2010, Cassandri admitió en un libro ser el auténtico cerebro del robo y relegó a Spaggiari a simple ejecutante. Lo que no calculó es que con sus revelaciones la policía abrió una nueva investigación sobre el destino del dinero del robo. Él y su familia habían incrementado sorprendentemente su patrimonio. La Justicia sabía que la pasta tenía que ver con las cloacas de Niza.
De La Casa de papel no les cuento nada más, me quedan pocos capítulos para acabar la segunda temporada. Ciao, bella.