«No más líderes, me basto yo sola». Mujeres y mayo del 68

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Mujeres en la gran manifestación de París del 13 de mayo de 1968.

Siempre estamos en 1968. Y cuando llega mayo, mucho más. Se cumple el cincuenta aniversario de la revuelta parisina –que no fue solo en mayo, que no fue solo en París, que no fue solo revuelta– y siempre es reconfortante pasar un rato leyendo batallitas, revisiones de la realidad y teorías sobre lo ocurrido con aquellos estudiantes y trabajadores. De los especiales y libros que he hojeado acerca del año en que nací, el más curioso, por distinto, es ‘Esplendor en la noche. Vivencias de mayo 1968’ (La Linterna Sorda ediciones), un collage emocional que rezuma aromas libertarios, situacionistas y que defiende la presencia de la mujer en la subversión. «Las mujeres en 1968 participaron en las barricadas, las apalearon, ocuparon fábricas… y fueron ignoradas. Dicen que mayo del 68 no fue feminista porque no había líderes mujeres. Es una chorrada. La importancia de aquellos días fue la crítica a la autoridad, a las pequeñas élites que querían dirigir a los demás. Allí se reclamó lo colectivo, el anonimato. ‘No más líderes, me basto yo sola’, era uno de los lemas». Ana Muiña, historiadora, escritora y editora, ha compartido con Agustín Villalba la edición de este homenaje a los perdedores de la revolución, donde también participa Tomás Ibáñez (Zaragoza 1944), hijo de una familia anarquista que marchó al exilio francés en 1947 y que durante la década de los 60 participó activamente en la lucha antifranquista y en el movimiento libertario francés. Tras los acontecimientos de mayo de 1968, Ibáñez fue desterrado de París y «asignado a vigilancia» en una remota región gala.

Mayo 68
Portada de ‘Esplendor en la noche. Vivencias de mayo 1968’. Manifestantes parisinos. Montaje: Jesús Santiago.

Ayer, en el Teatro del Barrio de Madrid, el viejo anarquista explicó que el famoso estallido surgió contra «el tipo de vida gris y vacía al que estábamos condenados a vivir. Lo de ‘Metro, curro y lecho. No a la rutina’ era un canto a la libertad, una revuelta radical contra la autoridad, una explosión creativa, sin experiencia política pero con inspiración libertaria que clausuró la forma leninista de entender la revolución. Aconteció, funcionó al azar y se rellenó sobre la marcha. Tomar el poder no estaba en la agenda del 68. Los comités de acción en barrios, gremios y universidades no tuvieron tutela alguna». Medio siglo después, lo de ‘Metro, curro y lecho’ apenas ha variado, pero ahora es por 900 euros y con los teléfonos móviles como barricada.

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Tomás Ibáñez en la fotografía del carnet de estudiante de la Universidad de la Sorbona, curso de 1966. Foto: Tomás Ibáñez.

En aquella revolución del deseo, y no de la necesidad, hubo muchas mujeres. En ‘Esplendor en la noche’ se publica un texto inédito en castellano de Ariane Gransac, activista que participó en las revueltas, en el que sintetiza algunos de los debates que las feministas libertarias sostuvieron a partir del 68, donde cuestionaron el concepto ‘mujer’; y también un extracto de un precioso escrito de la entonces adolescente Claire Auzias, nacida en Lyon en 1951, que como estudiante de instituto participó en el Comité de Acción de Estudiantes 22 de Marzo (CAL-22Mars) en 1968. Esta anarcofeminista mantiene viva, todavía hoy, la memoria de aquellas jornadas.

Voy a fijarme un poco más en el capítulo que firma Lola Iturbe. La linterna sorda ha recuperado un texto de la periodista y activista anarquista que publicó en noviembre de 1968. Iturbe trabajó casi de niña como sirvienta en Barcelona, se hizo pantalonera con 9 años y se afilió con 14 al sindicato CNT. Luego puso en marcha con su madre una pensión en la capital catalana por donde pasaron todo tipo de obreros concienciados y agitadores sociales. Fue una de las fundadoras del movimiento Mujeres Libres, participó en la organización del Casal de la Dona Treballadora, donde tuvieron lugar los conocidos como ‘liberatorios de prostitución’, una de las primeras experiencias de lucha contra la explotación y la trata de blancas. Durante la guerra fue corresponsal en el frente de Aragón para el periódico ‘Tierra y Libertad’. En 1939 se exilió a Francia, luchó en la resistencia contra los nazis y luego contra el franquismo. Murió en Gijón en 1990.

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Lola Iturbe y Juan Manuel Molina, Juanel, en Hendaya en agosto de 1969. Foto cedida para el libro por Dalia Álvarez Molina, su nieta.

Iturbe vivió el mayo parisino con 65 años y su visión plasmada en el texto ‘El mayo de 1968’ se convierte en postales fidedignas de lo acontecido. Comienza dibujando una muchedumbre en el boulevard Saint-Germain. «Había entre aquella fronda humana muchas jóvenes, unas vestidas con minifalda y otras con pantalones vaqueros. En ellas y ellos se apreciaba un descuido natural o afectado en el vestir; en otros, el ‘negligé’ (desaliño) más completo». El tráfico interrumpido, los transeúntes se detienen a escuchar las peroratas de «melenudos». El empedrado que se había arrancado para usar como proyectiles y barricadas estaba reparado. Por todo el Barrio Latino había huellas del huracán revolucionario, de la noche de las barricadas del 10 de mayo, cuando los enfrentamientos provocaron incendios, palizas, cientos de detenidos y más de 800 heridos. Lola Iturbe se acerca a la Sorbona, universidad ocupada por los estudiantes. Chicos y chicas ofrecen en la puerta los periódicos propagandísticos: ‘L’Enragé’, ‘Le Pavé’, ‘Action’... En la inmensa sala con estatuas y decoración antigua hay una pancarta con fondo negro y letras rojas, CNT-AIT. En los muros, pasquines y la Gioconda con el rostro del ministro André Malraux. Un griterío tremendo y unos jóvenes repartiendo hojas «que ponen a Mao por las nubes». En el anfiteatro Richelieu se juntan muchas mujeres, con sus niños, atendiendo los discursos. La institución universitaria que observa Lola es un hervidero de ideas en movimiento, había trotskistas, maoistas, leninistas, guevaristas, anarquistas… El lugar también requería de un servicio de limpieza. Un cartel recomienda hacer el amor allí mismo, en el suelo, sin avanzar. Lola sonríe.

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Asamblea en la Sorbona, 12 de mayo de 1968. Foto: Horace.

Al salir vio como las tapas de los cubos de basura se amontonaban en el suelo. Servían de escudos para los enfrentamientos con la policía. No muy lejos encontraron otro local que funcionaba como hospital para curar a los manifestantes. El Teatro Odeón, también ocupado. Lola Iturbe se para a reflexionar. La pasión y la fraseología enardecida le recordó a la lucha antifascista del 36. «Un aspecto de la ocupación me produjo admiración y emoción sincera. El ver a la juventud, sobre todo femenina, desligada de las futilidades y frivolidades del cotidiano vivir, luchando con resolución y entusiasmo en defensa de una causa social y política que exigió de ellas muchos sacrificios de todo orden»«¿Cuándo comen y duermen esos muchachos?», se pregunta. Entre las enseñanzas que retuvo Iturbe destaca «la fuerza que confiere la sólida unión de obreros, técnicos, intelectuales y campesinos (…) para desorganizar la máquina estatal». Hablamos de 10 millones de trabajadores en huelga, fábricas y universidades ocupadas, disturbios por doquier.

Pero Lola Iturbe no cree que aquello fuese una revolución, «fue una tormenta que ya había agitado a la juventud del mundo no comunista, una juventud que se debate en presiones de ideologías diversas que buscan su norte o esperanza en el mejoramiento de las actuales condiciones de vida».

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