
Los ajustes de cuentas se pueden hacer desde el rencor y la amargura, desde la rabia por lo no vivido. Incluso desde el amor o la envidia. O desde la atalaya de la distancia. Con rigor o mala baba. Y los puedes hacer desde un piso del barrio del Pilar de Madrid escuchando a Luis Miguel y un poco de reguetón. Como diría el cantante mexicano, tú no tienes corazón Víctor Lenore. En apenas doscientas páginas, el periodista musical nacido en Soria en 1972, conocido por crearse enemigos con cada línea que escribe, ajusta cuentas con la Movida madrileña, un corto periodo de la historia de España –unos pocos años en la década de los ochenta– que la mayoría ha idealizado y que, como la Constitución, se ha convertido en un tabú. De dos tacadas te quitas Espectros de la Movida. Por qué odiar los años 80 (ed. Akal), el ensayo que acaba de publicar Lenore donde deja tiesos a los progres, a los sociatas, a la élite cultural subvencionada, a los peluqueros, a los cortesanos de la postmodernidad… Solo salva, entre otros, a Santiago Auserón, Los Coyotes, Golpes Bajos, La Banda Trapera del Río, La Polla Records, la rumba de barrio y el pop gitano, los heavies y algún que otro cantautor. Pensé que la acidez al hablar de la Movida solo tenía un dueño, el escritor, periodista, traductor y músico José Luis Moreno-Ruiz, pero no. A Lenore ya le llamaron capullo cuando en 2014 publicó ‘Indies, hipsters y gafapastas’ (ed. Capitán Swing), y cosas peores cuando puso por las nubes el último disco de Isabel Pantoja. Ahora ha analizado el momento de desparrame (y control social) que supuso la Movida, “esa banda sonora del régimen del 78 que sigue y sigue sonando, como un gusano cerebral, 35 años después”, tal y como la define el ensayista y filósofo Santiago Alba, quien mucho tuvo que ver con un programa de TVE de los ochenta que marcó una (o varias) generaciones: La bola de cristal.

Lenore ha encontrado una diana fácil. Poner a parir a Pedro Almodóvar, Alaska, Loquillo o Felipe González lo es. Es cierto que cuestiona uno de los mitos fundacionales de aquella nueva España con multitud de datos, anécdotas, referencias, hechos y citas, que vistas juntas y de sopetón harán entender mejor el teatrillo que se montó en torno a la cultura a principios de los ochenta. Lo que fastidia de los numerosos libros hagiográficos sobre la Movida, y también de los pocos libros críticos editados sobre esa época, es que unos y otros se olvidan de que tras los escenarios, los despachos y los salones de peluquería había miles de chavales haciendo cosas –artísticas, políticas y vitales– en barrios de la periferia, en zonas pijas, en la sierra y en el centro. Anónimos… y olvidados. Los que estaban en primera fila de los conciertos, los que estudiaban FP o estudios universitarios, los que se maqueaban cada viernes para pasar un rato en el banco de un parque o en una sala de conciertos se hicieron adultos pensando que eran libres, que estaban construyendo su propia identidad e historia.
«La llamada Movida es el comienzo de muchas dinámicas negativas. España era un país con un lado social muy chungo, el nacionalcatolicismo, con mucho peso en las familias, y pasamos de repente a la ley de la jungla, al otro extremo. El comunismo es un espanto, el catolicismo es un espanto, todos queremos vivir como si fuésemos neoyorquinos. Me interesa ese shock. El escritor francés Michel Houellebecq lo explica muy bien: ‘España pasó muy rápidamente del nacionalcatolicismo a la postmodernidad’. Está muy cuestionado el relato de la Transición política que ha hecho Victoria Prego pero nada se dice de la Transición cultural. Aunque lo frívolo y la diversión están bien, no pueden ocupar el cien por cien de tu vida, tiene que haber espacio para otras cosas. La frivolidad se utilizó en los ochenta para desprestigiar la política, los proyectos colectivos y comunitarios, los valores igualitarios… y fue un paso atrás», me explica Víctor Lenore en la cafetería más chachi-cool-in del barrio del Pilar. Esta es la tesis más interesante de su último libro. La prioridad era ser un bote de Colón y salir anunciado en la televisión, y a esa realidad contribuyó el gobierno socialista. La máquina de hacer jóvenes conformistas se puso en marcha, «fueron criados para gastar», explica Lenore.
La Movida como tocomocho. Lenore opina que no fue un movimiento desafiante, antisistema ni underground, más bien una renovación del capitalismo. “No te librabas de la Movida ni comprando el venerable y franquista ABC, rotativo entusiasmado con la elegancia pop de La Mode y con el rock de Gabinete Caligari. El capitalismo es tan acogedor y flexible que adapta su lógica a cualquier estilo de vida, por excéntrico que sea. Se vio la política como algo cutre, carca y casposo (…) La Movida no fue la efervescencia que sigue a la caída de Franco, sino una continuación de las políticas culturales y turísticas de Manuel Fraga, el jerarca más sofisticado de la dictadura. La Movida fue el premio de consolación en forma de estilo de vida hedonista y rompedor, y el PSOE supo recubrir con excitación moderna un periodo de reveses para las clases populares», dice en su libro.
El encargado de hacer el prólogo, el filósofo César Rendueles, apunta que escuchando la música madrileña de principios de los 80 cuesta imaginar que en ese mismo momento había brutales conflictos laborales consecuencia de la política de desindustrialización, asesinatos de ETA, epidemia de heroína… «La Movida estableció una conexión entre experiencias culturales minoritarias y ajenas a los intereses de la mayor parte de la gente y el consumo ostensible de masas. Solo una fracción del medio millón de personas que abarrotaron el paseo de Camoens de Madrid en 1985 para asistir al concierto de The Smiths había oído alguna canción del grupo de Morrisey». Yo asistí a aquel concierto y la verdad es que había chavales subidos hasta en los árboles del parque del Oeste. Vale, el concierto era gratis y aquí somos muy de aprovechar las ofertas. Mi padre, jubilado con pensión muy corta, sigue ojeando hoy las convocatorias de los diarios para pasar un rato, por la cara, escuchando una conferencia de Solchaga sobre las pensiones o un concierto de jazz en la Fundación Juan March. Y si hay ágape, mejor que mejor. Y le veo más enterado de la actualidad, más preguntón, con la cabeza más abierta a sus 84 años. Ah, la banda de los 80 Immaculate Fools fue la principal atracción internacional de las Fiestas de San Isidro 2018.
Lenore aprovecha el ajuste de cuentas para criticar el presente. Como si la huella de la Movida fuese más difícil de limpiar que el chapapote. «Ahora nos conformamos con poemas en los pasos de cebra, con decorar el capitalismo. Vivimos en un paisaje a los Mad Max, ciudades con barrios destruidos, donde los negocios de siempre se han convertido en ‘Cien montaditos’ o casas de apuestas, donde los trabajadores cambian cada cuatro meses, donde ya no hay comercios que te fíen, donde no se comparten problemas y realidades. Y lo que hace el arte urbano más cool, tipo Okudart o los poemas, es decorar las ruinas del capitalismo. El panorama es tremendo. El anterior libro acababa con un a cita de una amiga: “la única solución para nuestros hijos es hacernos perroflautas”, es la única escena cultural en la que el consumismo no manda». Frente a un Guggenheim en cada ciudad que solo sirva para hacer selfies, el periodista musical apuesta porque además de una cancha de baloncesto o futbito, en cada barrio haya un teatrito, una biblioteca, un lugar de ensayo. «Veo noticias esperanzadoras –explica Lenore–. En un ayuntamiento de tradición obrera como Mieres (Asturias), han aumentado el presupuesto en Cultura y tiene una agenda muy interesante. En Puerta del Ángel (Madrid) han restaurado un templete para ofrecer conciertos, en Móstoles hay un festival de música negra gratuito montado por la asociación de músicos. Lo moderno es que en cada barrio se satisfagan las necesidades culturales de sus vecinos».
El cantautor Luis Pastor recordaba que durante los 70 todo el ocio que necesitaba estaba en el distrito de Vallecas y que en los 80 se concentró en el centro de Madrid, con atascos tremendos. Antes de los 80 coexistieron también grandes bandas de rock como Bloque, Ñu, Asfalto o Topo, denostadas de un plumazo. «La cultura del tardofranquismo fue mucho más combativa que la del felipismo. España en los 70 era conocida por el realismo social de las películas, por documentales como ‘El desencanto’. Y de repente somos conocidos por las películas sobre yuppies que viven en el centro y por comedias simpáticas sobre las neurosis de la clase media. No fue casualidad. En literatura pasó lo mismo, el catálogo de Anagrama pasa de tener libros militantes a ofertar escritores cool ingleses como Martin Amis o malditos como Bukowski. Es un cambio cultural muy profundo hacia la despolitización».
Para apuntalar esta teoría, Lenore habla de la censura durante la Movida, y no se fija en el Me gusta ser una zorra de Las Vulpes. Se refiere a la «censura de Estado». Barón Rojo, el grupo español de rock duro más internacional, decidió no actuar en cuarenta actos electorales del PSOE y cuanto más discos vendían, menos conciertos pillaban en los ayuntamientos, explicó José Luis Campuzano, el bajista de la banda. El propio Luis Pastor asegura que le apartaron de una caravana de músicos en la campaña de Felipe González cuando se opuso a una cláusula en la que se establecía que no podía tocar para otros partidos. También recuerda el caso del fallecido Javier Krahe, al que anularon conciertos en los consistorios socialistas por su osadía de componer una canción contra Felipe González reprochándole su traición respecto al referéndum de la OTAN. Sin olvidar el cierre de persiana que le hicieron a La bola de cristal cuando el programa de TVE se negó a modificar su contenido, demasiado contestatario hacia el poder.
En esa línea, el autor sostiene que existió un apartheid cultural, siendo los principales damnificados la rumba de barrio y los cantautores. En el circuito de casetes de gasolinera se condenó a la invisibilidad «la música favorita de los gitanos, de la población rural y, en general, de los pobres. Allí se desarrolló una de las escenas más brillantes de la historia del pop español: la rumba de barrio, trataba sobre historias marginadas en los medios de comunicación, drogas, miseria de extrarradio, crueldad del sistema carcelario. Los presos comunes fueron los grandes olvidados de la izquierda durante el antifranquismo». Cuando invitaron a Madrid al locutor británico John Peel, estrella de la BBC, «éste mostró su desdén por el afterpunk local y se entusiasmo por la rumba carcelaria y sentimental de Los Chichos y Los Chunguitos». Para meter aún más el dedo en la llaga, Lenore afirma que los cantautores más politizados fueron discriminados en favor del cantautor progre, figura encarnada por Joaquín Sabina, “que asumió, de manera natural, la ideología dominante de los años 80. Su repertorio capta mejor que otros el abandono del compromiso a favor de un cinismo militante, bañado en cocaína, individualismo y gusto por el lujo”. A favor de Lenore hay que decir que no se olvida del rock radical vasco (Kortatu, La Polla, Cicatriz, MCD, Eskorbuto, entre otros), que sirvió «de educación política silvestre de los jóvenes más curiosos y combativos. El vacío educativo eran tan grande que fueron cuatro punkis puestos de speed quienes introdujeron en el marxismo y el anarquismo a un par de generaciones, incluida la mía”.
Otro de los citados en ‘Espectros de la Movida’ es Víctor Abundancia, líder de la banda mestiza Los Coyotes, quien ha admitido públicamente la superficialidad ambiental de los 80 en la figura de los peluqueros de moda: “Fueron el equivalente a los actuales chefs de la cocina creativa, no había duda en considerarles artistas”. Para Lenore, «cada tiempo tiene sus pedantes y los peluqueros accedieron gustosos a ese sacrificio inevitable. Con la llegada de los ‘new romantics’, se pusieron las pilas. No con la llegada, más bien creo que fue cuando Miguel Bosé se puso falda».

A lo largo de diez capítulos, el escritor se despacha a gusto sobre el empacho estético, el elitismo cultural, el consumismo pop, la valentía de las artistas del destape, y también de cómo la Movida ayudó a visibilizar al colectivo homosexual. No todo fue negativo. «Este no es un libro sobre el pasado, sino sobre el presente, todos los paradigmas culturales de la Movida siguen vigentes: Rosalía, C Tangana o Los Javis». Para sustentar la afirmación, Lenore se apoya en que el rapero de moda ha admitido que Andy Warhol y Salvador Dalí –dos tótems de la Movida– le fascinan, igual que el dinero. Y a Rosalía le reprocha alienación consumista: «En la reciente visita a España de Tim Cook, el CEO de Apple se reunió con el presidente Pedro Sánchez, como antes los Rolling Stones se reunieron con Felipe González, y por la tarde con Rosalía en el Apple Store para presentar el último altavoz. Cook hizo la crítica más demoledora del disco de Rosalía al decir que la artista española había hecho el disco perfecto para escuchar en un Apple Store. Es como si le dicen a un cocinero que ha hecho la comida perfecta para un McDonald’s. Música despolitizada sin raíz social… y encima Rosalía no cobró».

A pesar de que los aludidos no se han enfadado todavía con el periodista incorrecto, hay un capítulo especialmente hiriente, el relativo al presente de aquellas figuras mediáticas de la Movida, el titulado ‘¿Dónde están ahora?’. Por resumir: José María Sanz, Loquillo, se ha convertido en el roquero español que más anuncios de televisión ha hecho en la historia de nuestro país (coches, preservativos, cerveza, empresas de gas, bancos…); Alaska siendo amiga de Esperanza Aguirre y colaborando con el periodista incendiario Federico Jiménez Losantos; o Pedro Almodóvar salpicado por los llamados Papeles de Panamá (escándalo de evasión de divisas en paraísos fiscales).
Después de este atracón de nostalgia, me quedó con El Coleta, un músico del barrio de Moratalaz, que en Youtube tiene una canción titulada M.O.vida madrileña. Escúchenla atentamente. Los perros callejeros vuelven. Aviso.