He intentado explicar a mi hija trapera que Rosalía nació en una gasolinera y me ha me ha dicho que no le venda motos. Utilicé una hipérbole para decirle que años ha el tótem de la cultura no estaba en una nube, en YouTube o en una plataforma en streaming, sino en un mueble giratorio de un bar de carretera secundaria o de una estación de servicio. Giratorio por llamarlo de alguna manera porque casi siempre iba a trompicones. Que allí, dentro de unas cajitas de plástico con dos agujeros y una cinta magnética enrollada, estaba la música de Los Chorbos, Los Calis, Las Grecas, Los Chichos o Los Chunguitos, la rumba barriobajera que escuchaban millones de familias trabajadoras en coches sin aire acondicionado y que luego sirvió de entretenimiento a pijos y modernos. Y que ese ‘Me quedo contigo’, cantado en los Premios Goya entre orfeones y gasas rojas y reproducido millones de veces, viene de aquellos lodos del gueto. De las muchas virtudes de la apisonadora Rosalía me quedo con la capacidad para lanzar dardos a los instintos y recuerdos más básicos. A mí también me emocionó escuchar de esos labios la letra de Los Chunguitos, sobre todo la parte en la que admite que ni la riqueza ni la pereza, a pesar de esa grandeza que llevan consigo, podrán contigo.
Sostiene Víctor Lenore –a mi hija le oculté esta información porque no quiero que se malee antes de tiempo– que durante la Movida se produjo un apartheid cultural por parte de la élite socialista. Viene a decir el periodista en Espectros de la Movida. Por qué odiar los 80 (ed. Akal) que como los españoles lo habían pasado tan mal (guerra, posguerra y dictadura), se merecían relax, frivolidad y cachondeo. Más nueva ola y menos rock duro, más cardados y menos canciones incómodas, más Mecano y menos gitaneo. Se condenó a la invisibilidad “una de las escenas más brillantes de la historia del pop español: la rumba de barrio, una música inmediata y popular, que muchas veces trataba sobre historias marginadas en los medios de comunicación, relativas a las drogas, miseria de extrarradio y la crueldad del sistema carcelario”… y al amor, añado. Transgresor era que en sus conciertos Los Chichos dedicasen la canción Libre a los presos comunes sin delitos de sangre, a los desheredados y olvidados por el antifranquismo, o que Los Calis hiciesen corear al público este estribillo: «Mas chutes no / ni cucharas impregnadas de heroína / no mas jóvenes llorando noche y día / solamente oír tu nombre causa ruina». El caballo se estaba cebando con gitanos y payos y este tema resultó ser más eficaz que las campañas millonarias de la FAD. No hace mucho hicieron una versión con El Langui.

Fueron olvidados por la modernidad los heavies, flamencos, punkis de barrio y rockeros psicodélicos y progresivos que habían empezado a dar la matraca en los 70. Y luego está el género que más me interesa, el rock andaluz, aquel que tuvo en Alameda, Smash, Gong , Triana, Pata Negra, Medina Azahara, Veneno o Silvio sus principales emblemas. De la raíz a la psicodelia, del folk al rock and roll, del blues al flamenco. Los estilos eran variados y estaban atravesados por una flecha sureña imposible de explicar. Casi cualquier tema de Triana o Alameda me llega al alma, los de Kiko Veneno, Smash o los hermanos Amador me ponen contento, los de Silvio me llevan a la diestra de la barra del bar… La Andalucía occidental mandaba. En la Oriental iban más de tapadillo pero estaba Enrique Morente y más tarde Lagartija Nick para darle la vuelta a todas la convenciones y costumbres.
En 2006 ocurrió algo en Sevilla capital. Surgió Pony Bravo. Pop y flamenco conformaban el músculo de la cultura popular –Granada al margen– y de repente debuta un grupo que bebe del rock andaluz más psicodélico y sarcástico. Críticos y cachondos con su entorno. Modernos al fin y al cabo.
Después de cuatro párrafos llego a donde quería: el pasado martes se estrenó en La 2 de RTVE ‘Un país para escucharlo’, presentado por Ariel Rot. A modo del legendario programa ‘Raíces’, el rockero argentino se da un garbeo por las regiones de España mostrando algunos ejemplos de la música popular poco conocidos. En el primer capítulo, y de la mano de Kiko Veneno, paseó por barrios de las provincias de Sevilla y Cádiz. Y de repente aparecen unos tipos jóvenes y pintones que suenan a Triana y a eso que ahora llaman sonido fuzz, hipnótico y cañero. Su nombre Derby Motoreta´s Burrito Kachimba. Los golpes de batería, el guitarreo, el uso de los teclados y los cambios de ritmo, las letras que son ensueños, la voz envolvente… Desde otra galaxia, el compositor y alma de Triana, Jesús de la Rosa, estará flipando.
El mítico grupo del rock andaluz nos contó que en aquel lago al que fueron «con la intención de conocer algo nuevo», surgió como un sueño la estrella fugaz, el pájaro blanco, el amor. Allí nos llevó Triana. Los Derby Motoreta’s Burrito Kachimba también viajan, pero a una montaña rozada por el sol en busca de una flor. «En el bosque alguien tropezó, el zafiro negro reventó y caímos en otra dimensión». Luego llegaría la diosa del amor.
Mejor esto que otros homenajes que se han hecho, con poca gana, al trío sevillano. Al único que he acudido fue hace años en Sevilla y no era a la banda, sino a Máximo Moreno, el pintor que hizo algunas de las portadas de Triana.
Leyendo sobre el sexteto andaluz me he enterado de que estrenan su disco el próximo 16 de febrero en una sala sevillana y que estarán en el Primavera Sound 2019. Qué ganas de verles en directo. Se han dejado llamar los padres de la kinkidelia. Y así volvemos a ‘Me quedo contigo’. Para quinquis Los Chunguitos, Los Chichos y El Coleta. Y ya puestos, como me hago mayor, me quedo con Euskadi y Andalucía. Me sobra España. Salud.