
“El escalofrío es la caricia sin rostro”. Hay poetas que nunca deberían acabar en el desfiladero del olvido por mucho que sea el propio poeta quien busque la amnesia, el vacío. Parece que a José Ignacio Moreno (Córdoba 1948-Granada 1999) pocos le tienen en su recuerdo. Él mismo cogía el rotulador de punta fina y el folio y no paraba de desembuchar versos dolientes, que al instante quemaba en una pira junto al río Genil, en su casa del paseo de la Fuente de la Bicha.
“Saltar el foso / que separa el valle / donde cazan los ángeles, / quemar toda herencia, jugar / quemándose la manos, / extorsionando amablemente / a los demás y a mí mismo”.
El poeta y pintor, que fue profesor de Literatura en la Universidad de Granada a finales de los 70 y principios de los 80 y maestro, entre otros, del poeta Luis García Montero, quemó sus primeros relatos eróticos de juventud, su tesis doctoral sobre Camilo José Cela, sus ensayos, decenas de poemas… “Lo quemaba todo. Escribía sin parar, muchísimo, y luego bajaba cerca del río y hacía una hoguera. De repente, regaló sus libros, los muebles, dejó la casa desolada. Yo, como era muy joven, pensé que eso era una cosa de intelectuales. Esto no tiene buena pinta, pensé. Aprovechaba que yo estaba fuera de casa para quemar hasta sus cuadros. Decía que según la doctrina de Krishnamurtis, un conocido escritor hindú y gurú filosófico, con un techo, comida y ropa podía subsistir una persona, no hacía falta más”. Carmen García fue la pareja de Moreno desde 1981 hasta unos días antes de que el cordobés se quitase la vida junto a las vías del tren en septiembre de 1999. Un tramo de su vida en la que ella supo quitarse el miedo, “con él aprendí muchísimo de Literatura, de Filosofía, de la vida. Fue una relación muy libre en donde él no escondía nada”. Y fue un tormento. Carmen tampoco esconde nada mirando la casa baja de Calahonda, aquel refugio de la costa granadina donde a principios de los 80 Moreno retomo su vicio por la escritura.
“Escribo versos / como otros apuestan / sus vidas / a la efímera gloria / de los estadios”.
El mar, más bien el naufragio, fue una constante en los poemas que no se llevó el fuego. Gracias a Carmen y a su hermano Emilio, profesor de Literatura en un instituto de Cádiz, en 2004 pusieron en circulación una pequeña edición facsímil y numerada con medio centenar de poemas bajo el título Mar Amante. Textos mecanografiados por José Ignacio.
“Mi boca en tu sexo, / en los ojos algas negras / –naufragios sin sentido, / sentidos naufragados”.
Únicamente esta pequeña edición y el poemario El amante moderno, publicado en 1998 por la Diputación de Granada bajo el asesoramiento de Luis García Montero y Juan Manuel Azpitarte, vieron la luz en algún momento. El resto, lo que no llegó a las brasas, se mantiene inédito.
Pero echemos una mirada a la vida de José Ignacio. “De mi hermano José siempre digo lo que una vez le escuché a mi madre parafraseando una película de Hollywood: ‘Con él llegó el escándalo’. Y con esto nuestra madre quería decir que allí donde estuviera José Ignacio, las cosas no transcurrirían a la manera usual, tranquilas, rutinarias. A todo le ponía energía, ingenio, provocación, cuestionamiento, rebeldía… Me llevaba trece años de diferencia, por lo que los recuerdos de infancia que tengo de él son escasos. Desde joven marchó a estudiar fuera de Córdoba. Apenas lo veía entonces”. Emilio y el propio José Ignacio heredaron de su padre militar el amor por la lectura y quizá esa retentiva para guardar citas, autores, títulos, reflexiones.
José Ignacio se casó en Granada con María Ángeles, con la que tuvo una hija, Paula. Siendo profesor en la Universidad de Letras de la ciudad de la Alhambra se convirtió en un profesor admirado. “Sus clases se salían de la norma por el enfoque que les daba, por su originalidad, por la entrada que daba a temas que se alejaban de la corrección académica. Tal llegó a ser su fama que acudían a sus clases alumnos de otros cursos y facultades”. La descripción que hace su hermano es corroborada por Carmen, su pareja tras separarse de la madre de su hija: “Mi primera impresión cuando entré en su clase es que era el único profesor que no llevaba papeles, ni carpeta, ni apuntes, todo lo tenía en la cabeza. Era muy buen profesor pero no era un profesor al uso. Tenía mucho éxito entre las alumnas y una gran verborrea. Constantemente nos remitía a novelas de autores americanos, Dashiell Hammett, Horace McCoy…”.
Tiempo antes de que Carmen entrase en su aula, otro alumno quedó deslumbrado por la inteligencia del profesor de Literatura. El poeta Luis García Montero –profesor en esa misma Universidad de Granada, Premio Nacional de Poesía en 1995 y director del Instituto Cervantes– disfrutó de las enseñanzas de Moreno. “Tuve a José Ignacio de profesor en el curso 77-78 y daba clase dentro de la escuela marxista de Juan Carlos Rodríguez, discípulo de Althusser. Mi primer contacto con el marxismo y con una izquierda más razonada fue a través de José Ignacio, que daba clase de Literatura del siglo XVIII al XX. Muchas veces fui a su casa junto al río para hablar con él. Tenía una visión muy crítica de la Literatura, era un modo de indagar en las ideologías de cada momento. Empezó a hablarme de Foucault”. García Montero y Moreno se interesaron entonces por el psicoanálisis, por la corriente del francés Jacques Lacan. Se metieron de lleno y llegaron a firmar juntos una ponencia sobre Literatura y psicoanálisis que presentaron en Barcelona en un congreso lacaniano. En la facultad creó la asignatura de Literatura y Comunicación de masas y en 1970 recibió el primer accesit del premio García Lorca por el libro ‘Perífrasis del desencanto’.
Todo parecía marchar viento en popa. José Ignacio también le dedicaba tiempo a la pintura. Expuso en Granada y Córdoba para satisfacción de toda la familia. Santiago Amón, el más renombrado crítico de arte del momento, le introdujo en los círculos artísticos de Madrid. “Y un día llegó a casa el catálogo de una exposición colectiva de grabado. En la relación de artistas, por orden alfabético, podía leerse Miró, Moreno, Picasso. ¡Caramba con mi hermano!”, comenta orgulloso Emilio.

La década de los 80 lo cambiaría todo. “Cuando acabé Magisterio –explica Carmen– y entré con 21 años en la Facultad de Filología Hispánica, José Ignacio daba clases de Literatura del siglo XVII y XVIII. Los temas literarios prácticamente los soslayaba porque se dedicaba a lanzarnos bombazos de psicoanálisis, que estaba muy de moda entonces”. Estamos en la primavera de 1981. Carmen y José Ignacio inician su historia de amor. Ese verano se alquilaron una casita junto al embarcadero del Calahonda, pueblo de la costa granadina. Moreno tenía ya decidido meterse de lleno en la escritura. De aquellos meses surgieron los relatos eróticos.
Al volver a Granada se fueron juntos a vivir a la casa del río, una vivienda fría que él convirtió en desolada cuando decidió regalar todo, vivir con casi nada. Le dio por Henry Miller, por su Trópico de cáncer. Pareciera que buscaba imitar el malvivir del escritor norteamericano y su conflicto con las mujeres.
De buenas a primeras se marcharon a Barcelona, al Hostal Dalí, un establecimiento de mala muerte en el barrio chino de la Ciudad Condal. Prostitutas, proxenetas, travestis, jaleos, jarana… “Allí le dio una depresión y volvimos a Granada y ya empezó con un proceso depresivo que le duró un año, tiempo en el que no salió de la cama. Abandonó su plaza en la Universidad y como tenía conocimientos en psicoanálisis, pensó que él mismo era capaz de tratarse la depresión”.
A la familia le llegó el bombazo de que había dejado la Universidad y algo peor: José Ignacio y Carmen consumían heroína. Justo antes había decidido no volver a salir de casa, no ver a nadie. “Un día, unos amigos que habían venido de Amsterdam me invitaron a heroína y José me dijo que quería probarla. Le encantó porque en plena depresión, le dejó relajado. Me acuerdo que fue un 23 de agosto”. Se aisló aún más, no tenía dinero, vivíamos de lo que yo ganaba trabajando de noche en bares y cabaret. Se gastó todos los ahorros, la herencia de su tía, todo el dinero fue cayendo. Carmen y José Ignacio, José Ignacio y Carmen.
“No otros paraísos / que los artificiales, / incluso Amor besos quiere / envenenados, disparo / a quemarropa, no hay tiempo / ni forma de evitarlo. / Realidad, una pesadilla / de la que despierto en sueños”.
Al mismo tiempo, fue su etapa más productiva. La máquina de escribir no paraba, ni el rotulador. Los aforismos brotaban como hongos, igual que el ritmo con el que hacía añicos los folios de su herencia creativa.
En el 98, García Montero le publicó dentro de la colección Maillot amarillo (Diputación de Granada) su poemario El amante moderno. En la misma colección aparecieron libros de Felipe Benítez Reyes, Rafael Alberti, Benjamín Prado o Joaquín Sabina, entre otros autores.
“El amor es economía sumergida, / no paga impuestos, no hay / contabilidad fiable, / tráfico de miradas, pasos / cebras del deseo, / autopistas de las seducción, / tu cuerpo es el desfiladero / donde me pierdo buscando una salida. / Regalaré a mi amor / lo que más agradece una mujer: hechos”.
El amante moderno se lo dedicó a Carmen: “Este libro es todo él (y no podría ser de otra forma) para Carmen”. Su hermano Emilio también destaca que durante esa época escribió La rosa en el gulag, poemario inédito.

Los dos tuvieron que abandonar la casa del río, el dueño quería que viviese allí su hija y se marcharon. Carmen decidió entrar en una clínica de desintoxicación y José Ignacio se fue a la Línea de la Concepción (Cádiz), donde se juntó con lo más selecto del yonquerío. García Montero recuerda que todavía conserva en su casa dos acuarelas de Moreno: “Un día me llamó y me dijo que si podía comprarle alguna obra, que necesitaba dinero”. En 1998 consiguió desintoxicarse y contactó con ex compañeros para intentar rehacer amistades. “Era una persona encantadora, simpática, cariñosa y con una cualidad, jamás te mentía. A veces es estupendo pero otras veces es muy dura tanta sinceridad. Estuvimos casi un año sin probar nada. Pero después volvimos y ya tuvimos que vivir de habitación en habitación de hotel porque siempre nos echaban”. Carmen se agobia pensando en aquellos últimos meses, cuando encontraron una habitación a pocos metros de las vías del tren. Cada veinte minutos se movía todo y el ruido, y la cocaína, terminó por desquiciarle. “Lo volvió loco –admite Carmen–. Un día de septiembre de 1999 me enteré por los periódicos que se había tirado delante de un tren”.
Según Carmen, ya había intentado otras veces abandonar este mundo y había fracasado. “Desde que lo conocí muchas de las conversaciones desembocaban en el suicidio, siempre. Qué pesado, era agotador. Yo me relajaba saliendo a la calle, quedando con gente y cuando empecé a centrarme un poco, se volvió un poco paranoico, un celoso enfermizo”. Leyendo sus versos se aprecia que el mar, el naufragio, el trágico final, el sexo y su relación con Carmen le obsesionaban.
“No me pidas violencia / contra terceros, amor, que tú y yo / ya peleamos suficiente / y no lo hacemos nada mal”.
De hecho, Carmen admite que estaba fascinado por el final de Billy Bud, marinero, una pequeña novela de Herman Melville, el autor de Moby Dick. El trágico final del marinero fue escrito con tanta maestría que José Ignacio alucinaba.
Luis García Montero rememora ahora alguno de sus poemas. “Eran muy escuetos y duros en el sentido conceptual. Su poesía me gustó, me pareció la poesía de alguien muy preparado pero que no se atrevió a apostar por él mismo. En la creación las cosas son muy jodidas porque si tú eres muy perfeccionista y cuando escribes tienes que ser Leopardi, no acabas terminando nada. Tienes que llegar a un acuerdo contigo mismo y reconocer que no eres Dante ni Leopardi, y tener la valentía de publicar aunque sepas que habrá cosas mejores y peores. Le pesaba mucho su inteligencia y su afán de perfección y el descubrimiento de los defectos y limitaciones que tenemos todos. Y eso le impidió hacer una carrera literaria”, explica el escritor granadino.
García Montero cree que es el momento de reivindicar la obra de Moreno, de sacar del olvido a “una persona fundamental en mi formación, alguien que despertó mi vocación por la Literatura. Una persona a la que le mantuve mucho cariño hasta el final, y a la que vi cada vez menos porque él siguió por un extremo y yo por otro”. El compañero de Almudena Grandes recuerda que cuando le enseñó el poemario ‘Completamente viernes’, Moreno leyó algunos versos, comentó lo bueno y lo malo de los poemas y le espetó: “Luis, pero cuándo has llamado tú nevera al frigorífico”.
Los poemas de José Ignacio Moreno son como telegramas directos al estómago. Entre sus referencias, adoraba al poeta barcelonés Pere Gimferrer. “Le encantaba como recitaba, para él era un monstruo que soltaba por la boca un alma impresionante”, dice Carmen. Sobre todo, le apasionó el libro de 1966 Arde el mar.
Carmen tardó casi tres años en recuperarse de la muerte de José Ignacio después de 19 años de difícil relación. Sería una maravilla que no pasase mucho tiempo para que se pudiese leer toda su obra del tirón, como un disparo a quemarropa.
“Esta vida moderna excluye los modernos / amores, que son los mas antiguos. Los discos de prohibido el paso / son tan comunes como la mala suerte. / Si aún deambulamos este territorio de hastío / es porque está viva en mi la joven / vocación de cirujano de heridas imposibles / porque tú tienes la audacia de los sueños / Pero no digas a nadie la suavidad / de tu cintura, como yo no hablaré / de lo insensato de mis intenciones. / Recorramos el laberinto extraños / a sus nocturnas leyes y cuando / al amanecer intentemos el regreso / que nadie sospeche de tus ojos, / que nadie vea en mí al desnudo enemigo”. (El amante moderno)
[Hace ahora 20 años que José Ignacio Moreno no está físicamente en este mundo. Muchas gracias a Ramón Reboiras, director de la revista Tinta Libre, por permitirme reproducir aquí el texto sobre el poeta cordobés que publiqué en el Especial Verano 2018 de Tinta Libre].