“En el sanatorio mental de Sant Boi pasan de las manifestaciones de los nacionalistas, de los socialistas, de los convergentes ucedeos, y de los comunistas. Están locos. Algunos clásicos vieron en la locura una señal de la suprema sabiduría”. Así comienza la crónica de lo ocurrido el 11 de septiembre –día de la suprema catalanidad– de 1980 en el manicomio de la localidad barcelonesa de Sant Boi de Llobregat. Los reporteros de la revista Interviú Vicente Gracia y Carlos A. Bosch asistieron encandilados al concierto que el cantautor Jaume Sisa brindó a más de setecientos personas con trastorno mental.
Solo al “melódico rockero catalán” se le ocurriría una idea así. El público aplaude como loco el comienzo del espectáculo. Enfundado en un total brilli-brilli y como si de un domador se tratase, el músico empieza a desplegar su embrujo surrealista. “Los locos entienden enseguida que Sisa presenta la imaginación como la suprema realidad y la vida como una forma de ficción”, escribe el autor del reportaje.
Por entonces, Sisa llevaba media docena de discos editados, era un abanderado de la contracultura catalana y un tipo respetado. Todavía lo es. Un ‘cantautor galáctico’, como él mismo se definió, porque su forma de hacer no es cómoda, su planeta no es el tuyo. De repente, los pacientes del sanatorio mental están entusiasmados, se reclinan sobre las sillas, mueven la cabeza, abren los ojos. Cualquiera lo habríamos hecho también. Sisa grita “¡Detengan a aquel loco del fondo!”. Los espectadores giran la cabeza pero no ven a ningún loco. “Y es que Sisa les ha engañado –ha sido el único engaño del concierto–, porque el loco del fondo del local es él”, escribe el periodista. “Y eso es lo que pasa con la música de Sisa. Que nos empuja a todos a buscar el loco que llevamos dentro. Pero no todos lo encuentran. La mayoría, especialmente en Cataluña, tienen a su loco particular encerrado bajo siete candados”. “Ahora dedico esta canción a todos los judíos, a todos los negros y todos los catalanes”, anuncia Sisa.
Los watios siguen subiendo, a la misma velocidad que las baquetas del batería o los dedos del guitarra. Pero es hora de cenar y los trastornados tienen que irse a cenar. Probablemente nadie pidió al final una canción de regalo. No hace falta. Todos satisfechos. Sisa coge una senyera y medio desnudo se retrata con la tela.
El reportero de Interviú le interpela a la conclusión del aquelarre musical: “¿Cómo se interpretará en Cataluña esta actuación tuya en el manicomio en un día tan especial?”. La respuesta entra en la provocación: “Lo ignoro. Todavía no he consultado el tema con las fuerzas políticas representativas ni con el muy Honorable President Pujol”.
Sant Boi lleva a gala ser conocida como la ciudad de los locos. Su relación con la salud mental se remonta a 150 años atrás cuando el doctor Antoni Pujadas trasladó su manicomio del centro de Barcelona a unos terrenos en la localidad, contaba hace unos años el diario La Vanguardia. Actualmente, la ciudad acoge tres centros referentes en el tratamiento de las enfermedades mentales y se ha convertido en el conglomerado de empresas e instituciones vinculadas con la salud mental más importante de Cataluña.
En estos tiempos enajenados, ¿por qué no hay más música en las protestas y menos sirenas y ruido de piedras? Adiós terrícolas.